martes, 25 de marzo de 2014

Emociones: claves para reconocerlas

Por María Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega

 
Todos hemos oído hablar de las emociones. Pero, ¿qué son realmente las emociones?
 
Hay muchas definiciones. Vamos a elegir una: La emoción es una respuesta inmediata del organismo que le informa del grado de favorabilidad de un estímulo o situación (V. J. Wukmir). Si la situación parece que va a favorecer la supervivencia, la emoción que se experimenta es positiva (alegría, satisfacción, paz, etc.). Si la situación nos produce alerta, porque pondría en peligro nuestro bienestar, la emoción será negativa (miedo, enfado, pena, angustia).

Emoción viene del latín “motere” y por tanto, define nuestra capacidad de “movernos” para alejarnos o acercarnos de una situación, según si ésta va a ser perjudicial o beneficiosa para nosotros.

Podemos decir que la emoción es un impulso para la acción, subjetivo y cognitivo, que proviene de un estímulo y que tiene unas manifestaciones físicas tanto voluntarias como involuntarias.

Las emociones no son un estado, son un proceso, es decir, deben tener un inicio, un desarrollo y un final. La emoción surge como una respuesta instantánea a una situación y suele conllevar una gran descarga energética. Cuando una emoción se queda con nosotros, de manera permanente, provocará un desgaste de energía muy importante. Energía que, al perderse, no podrá ser utilizada en el desarrollo y consecución de nuestros verdaderos objetivos.

Estas emociones son la principal fuente de tu inteligencia emocional. Pero para poder utilizarlas tienes que ser capaz de reconocerlas y usarlas como guía. Por tanto, las emociones, ni siquiera las negativas son un problema. Se convierten en problema cuando no sabemos aprovechar la información que brindan.

Realmente, más que hablar de emociones negativas o positivas, deberíamos hablar de emociones funcionales o disfuncionales. Las emociones funcionales o adaptativas son las que cumplen su función. Por ejemplo: el miedo puede parecer una emoción negativa, pero si voy conduciendo por una carretera y se me cruza un ciervo, el miedo al impacto me hace frenar, por tanto, esa emoción ha sido funcional, me ha salvado la vida. Por el contrario, si cada vez que veo un ciervo, aunque sea en televisión, me quedo sin respiración y necesito huir, esa emoción es disfuncional, no cumple ningún propósito útil, todo lo contrario, está perjudicando mi vida.
 

¿Qué mensaje llevan las emociones?

 
Pues el enfado te dice que alguien ha sobrepasado tus límites o que ha surgido osbtáculo que te impide la consecución de un deseo. La tristeza es el reflejo de una pérdida o de una necesidad de afecto no atendida. El miedo es la emoción del peligro mientras que la sorpresa es el indicador de que algo nuevo ha surgido y que merece la pena investigar. Sentimos asco o repugnancia cuando lo que experimentamos nos hace apartarnos porque lo consideramos nocivo. Por último, la alegria es la señal de la meta alcanzada. 
 
Por el contrario, una emoción es desadaptativa o disfuncional cuando es un sentimiento antiguo, recurrente, que no responde a una situación actual y carece de factor resolutivo.

Algunos autores también hablan de emociones secundarias que son, en esencia, las que sentimos acerca de lo que sentimos. Por ejemplo, algunas personas se sienten avergonzados por haber sentido miedo. En este caso, el miedo sería la emoción primaria, y la vergüenza, la secundaria.


Resultan problemáticas porque, a menudo, ocultan lo que estamos sintiendo más en lo profundo, porque realmente no nos gusta nuestra emoción y, por consiguiente, la rechazan. Si negamos lo que nos está realmente pasando no seremos capaces de responder adecuadamente a las situaciones que vivimos.

Si ante una pérdida o una decepción reacciono con enfado aunque internamente siento tristeza por la pérdida, una tristeza que no me reconozco a mí mismo, difícilmente podré poner remedio a la tristeza ya que la emoción secundaria (en este caso enfado) está enmascarando lo que realmente siento (tristeza). Estas situaciones provocan respuestas en los otros a las emociones que mostramos (enfado) y no a las que realmente sentimos (tristeza), lo que hará aún más difícil que nos permitamos vivir la emoción primaria para sanarla y salir de ella.

Por último, me gustaría hablar de las denominadas emociones instrumentales: se trata de emociones que se experimentan y expresan debido a que la persona ha aprendido que producen un efecto sobre los demás. Pueden ser llevadas a cabo conscientemente para conseguir una meta, o la persona puede haberlo aprendido, sin ser consciente, que su expresión tiene una consecuencia concreta, y se han vuelto habituales. Aquellas que se aplican conscientemente se construyen para influenciar a los demás, o para proporcionar una imagen en la que se aparece de un modo deseable ante los ojos de los demás. Así, algunas personas expresan enfado para dominar a los demás, o tristeza para inspirar compasión o utilizan el miedo como forma de conseguir el control.


En próximas entregas continuaremos profundizando en la gestión y control de nuestras emociones.