Por María del Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega
El miedo es
la sensación de angustia que se experimenta ante la percepción de una amenaza.
Aunque es
muy desagradable, es un mecanismo imprescindible para la supervivencia, porque
nos alerta y aleja de situaciones que nos ponen en riesgo.
Es importante reconocer que algo en sí mismo no tiene que
ser una amenaza, sino que lo será para alguien concreto y en una determinada
situación.
El miedo surgirá cuando exista una desproporción entre la amenaza a
la que nos enfrentamos y los recursos que contamos para resolverla.
Es muy
importante diferenciar también el miedo de la ansiedad. Mientras que el miedo
surge como respuesta inmediata a una amenaza concreta, la ansiedad es una
respuesta a “amenazas” invisibles sentidas en la mente.
El miedo y
la ansiedad, no obstante, no tienen que ser necesariamente negativos. Ignorar
el peligro real conduce a asumir riesgos innecesarios e incluso muy peligrosos.
La ansiedad, por otra parte, tiene también un lado positivo (será funcional), cuando te permite
estar listo y preparado ante lo que estás anticipando.
El problema
real viene del miedo y la ansiedad crónicos. Cuando esas emociones se instalan
en nuestra vida y nos bloquean e impiden avanzar en nuestro camino.
Muchas veces
el miedo no proviene de una amenaza física, sino que lo que está en peligro es
la imagen que tenemos de nosotros mismos y que es el resultado de las
experiencias que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida.
Desde que
somos pequeños nos insisten en cómo deberíamos ser. Si pensamos que no somos
como deberíamos, aparece otra nueva imagen que hay que proteger. Ya no sólo hay
que estar atento para que nadie desafíe la idea que tenemos de nosotros mismos,
además hay que estar atento para que los demás no descubran que no somos
quienes “deberíamos ser”.
Podemos
sentir todos la situación de tensión en la que se vive cuando hay que proteger,
por una parte, el cuerpo físico, por otra la imagen mental de lo que somos y,
además, la imagen mental de lo que no somos.
Uno de esos miedos relacionados con nuestra imagen interior es el miedo al
cambio, nos resistimos a él y vemos peligros por todas partes. Cuando uno cambia, esa imagen
necesariamente tiene que cambiar y, aunque sea para mejorar, esa imagen no
quiere ser modificada. El miedo viene fundamentalmente de la incertidumbre,
porque en ésta hay muchos menos parámetros para la orientación, hay menos
puntos de referencia y la sensación de amenaza es mayor.
Directamente conectado con el miedo al cambio está otro de nuestros
principales temores: el miedo al fracaso. Si cambio puedo fracasar, y eso me da
más miedo aún que el cambio en sí mismo.
Aunque nuestra cultura admira la innovación, es francamente dura con el
fracaso y se da la paradoja de que se alaba desmedidamente al que tiene éxito
como si esa misma persona nunca hubiera tenido un fracaso. Realmente lo que
sucede es todo lo contrario, normalmente el que triunfa es porque ha ido
aprendiendo de sus errores, porque los ha asumido como parte de un proceso
natural y deseable de aprendizaje.
Sin embargo, hay otro miedo muy extendido y del que se habla menos: el miedo al éxito. Está intimamente relacionado con el cambio, si tengo éxito, ¿podré seguir viviendo mi vida como hasta ahora? ¿A qué voy a tener que renunciar? Aparece la incertidumbre: ¿seré capaz de controlar todo lo que irá apareciendo? ¿Seré capaz de mantener la nueva situación mucho tiempo? Sin olvidar que tras este miedo aparece una creencia muy importante: ¿Me lo merezco? ¿En qué clase de persona me voy a convertir? De nuevo aparece esa lucha entre lo que creemos que somos y lo que pensamos que deberías ser realmente.
¿Cuáles son las consecuencias del miedo al éxito? Que yo mismo me boicoteo, no hago los esfuerzos suficientes para alcanzar lo que digo que quiero conseguir, dejo que los obstáculos externos tengan mucho peso en mis actos para así tener a quién o qué culpar de no haberlo logrado.
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