domingo, 8 de junio de 2014

¿Para qué te sirve enfadarte?

Por María del Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega


Pero, ¿qué es el enfado exactamente? ¿Cómo lo podemos definir como emoción?

Es la respuesta física y psíquica que experimentamos cuando nos enfrentamos a un obstáculo que nos impide la realización de un deseo o cuando sentimos que alguien ha traspasado nuestros límites.
 
Toda la  energía que habíamos puesto en la consecución del deseo se transforma en una descarga contra el obstáculo, lo que se traduce en cambios en nuestro organismo: aumento niveles de adrenalina, la respiración y el pulso se aceleran, los músculos se contraen, etc.
En definitiva, se ponen en marcha los mecanismos fisiológicos que nos llevan a dos posibles soluciones: huir o luchar.
 ¿Qué hay detrás del enfado?

Frustración, cuando no consigo lo que deseo.
Tristeza y dolor, cuando siento una pérdida.
Impotencia, cuando me siento incapaz o siento que no merezco lo que deseo.
Incomunicación, cuando no logro llegar al otro, expresarle mis deseos o cuáles son mis límites.
Miedo al dolor, que me hace ponerme a la defensiva
Inseguridad sobre mí mismo y lo que puedo conseguir
Decepción, ante la falta de la respuesta que esperaba del otro
Reconocer exactamente lo que estás experimentando detrás de tu enfado, te ayudará a utilizarlo en tu favor en lugar de ser un motivo más de tristeza y desconcierto.
Decimos que las emociones son funcionales cuando sirven a un propósito.(Ver: Emociones: claves para reconocerlas)
El enfado, como emoción, tiene como finalidad el hacerme percatarme de la existencia de un problema, de un obstáculo en mi camino.
Este enojo será funcional si, como consecuencia de este descubrimiento, yo pongo en marcha los mecanismos que me harán resolver la situación.
Ahora que ya conocemos para qué sirve el enfado, analizaremos los pasos que permiten que este enfado tenga una función resolutiva:
1. La descarga
Cuando surge una frustración la primera reacción suele ser una gran descarga energética que se traduce en necesidad de moverse, resoplar, gritar, golpear, patear objetos, etc. Esta función equivale a la válvula de escape de una olla a presión y es consecuencia de la descarga de adrenalina.
Hay que matizar que una cosa es la acción de descarga y otra el ataque físico o verbal al que tenemos enfrente. La descarga no es destructiva en sí, se convierte en destructiva cuando la asociamos al deseo de castigar y hacer sufrir al otro.
Cuando la descarga no se realiza adecuadamente, la carga adrenalítica se acumula y puede convertirse en problemas de salud, desde contracturas y tensiones musculares hasta problemas cardíacos y cerebrales serios.
2. Expresión de nuestra emoción.
Hacemos saber al otro (o a nosotros mismos) lo que estamos sintiendo y cuál es la causa que ha provocado el enfado.
No se trata de juzgar al otro, sólo de expresar nuestras emociones, por dos motivos: a) en el acto de nombrar y expresar lo que sentimos, se produce una gran descarga, en este caso emocional; b) si esperamos una modificación de la conducta de la otra persona, primero tenemos que hacerle saber cuáles son las consecuencias de su comportamiento, el efecto que produce en nosotros.
3. Formulación de propuestan de reparación
La petición será lo más concreta posible, por tanto, diremos claramente lo que queremos que suceda (cómo queremos que el otro se comporte, como queremos comportarnos ante determinadas situaciones). Así, todos sabremos la forma de evitar el conflicto en el futuro.
¡Ojo! Yo hago mi propuesta pero respeto la respuesta de la otra persona. El otro es el otro y está más allá del modelo que yo tengo acerca de él. Por lo tanto, le reconozco el derecho de actuar como él decida.
Es importante comprender que cuando nosotros en lugar de enjuiciar buscamos hechos, que cuando en lugar de rechazar o de negar nuestras emociones las aceptamos, simplemente reconociendo que existen, aunque no nos gusten, toda nuestra emocionalidad empieza a cambiar y nosotros, que en ese momento estábamos enajenados, empezamos a reequilibrarnos y con ello se estabilizan tanto nuestra voz como nuestros gestos, que tienen un gran impacto en el proceso de comunicación.
Por otra parte, cuando alguien nos hable en un tono fuerte e incluso agresivo, no veamos sólo eso que se nos presenta, porque detrás de la fachada de la ira se esconden las verdaderas emociones de la persona, que son la tristeza y el miedo. Por eso, en lugar de posicionarnos, de atacar o defendernos intentemos hacer una pregunta honesta para entender, no lo que piensa esa persona, sino lo que siente. Muchas actitudes de los demás son incompresibles para nosotros y, sin embargo, tienen mucho sentido para ellas.
Escuchar no implica ni precisa estar de acuerdo, simplemente pretende comprender para conectar.



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