Por María del Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega
Llega el domingo por la tarde y comienza la tristeza de saber que al día
siguiente tienes que ir a trabajar. El lunes es un día gris, que parece no
tener fin. Pasa el martes, el miércoles y el jueves y todo te produce
indiferencia y desapego. El viernes te ilusiona algo más, el fin de semana está
próximo, por fin estarás dos días sin volver al trabajo, sin tener que fingir
que te interesa lo que haces, que te motiva, que aportas algo a la humanidad.
Tu vida se convierte en una larga espera del fin de semana, de puentes,
de vacaciones. Pasa el tiempo y nada cambia. Ni siquiera eres capaz de
disfrutar de esos días de descanso plenamente, porque sabes que tienes que
volver.
Y, sin embargo, en muchos casos, era el trabajo que tú mismo elegiste. La
profesión con la que pensabas que te ibas a sentir realizado, completo,
aportando. Si alguna vez tu profesión fue tu vocación, ¿qué ha pasado para que
ahora lo que te motive a ir a trabajar sea pagar la hipoteca, la universidad de
tus hijos, el coche o las vacaciones que te permiten alejarte de lo que
desprecias y temes a partes iguales?
Si además, ni siquiera estás en el trabajo que te habría gustado, el
problema se multiplica.
El fenómeno que estás sufriendo es denominado DESPIDO INTERIOR, a partir
de un libro publicado en el año 2007 por Lofti El- Ghandouri y titulado: El
despido interior: cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir
nuestro trabajo en una prisión, en el que cuenta con detalle los distintos
pasos y fases por las que un trabajo que te motivaba va convirtiéndose en la
pesadilla que te atrapa.
Este despido interior es el resultado final de un largo proceso de
experiencias y vivencias negativas en el trabajo de forma que, en su última
fase, hay un distanciamiento completo entre el trabajador y su tarea. No es
necesario que la empresa te despida, tú ya te has despedido de tu función.
El autor nos presenta este proceso como una serie de escalones:
- La Entrega:
Es la fase del inicio del trabajo, con la persona
cargada de ilusiones y proyectos, con ganas de demostrar lo que vale.
- El Compromiso:
Comienza la desmotivación, el trabajador sigue
cumpliendo con sus funciones, pero ha disminuido significativamente su nivel de
entrega. Cumple porque tiene que cumplir, pero no va más allá. Siente que su
potencial no ha sido visto por la empresa y sus compañeros y no merece la pena
dar más de lo estrictamente necesario. Ponemos barreras a nuestro
esfuerzo y, en consecuencia, a nuestro desarrollo. Aparecen frases como “a mí
no me pagan para esto”.
- La Participación:
El trabajador ya ha entrado en la rutina, se
acabaron los intentos de impulsar nuevos proyectos o ideas. Además, su
productividad ha descendido significativamente, la empresa y los compañeros ya
son conscientes de que las expectativas no se están cumpliendo, lo que agrava
los conflictos. En este punto, el trabajador puede incluso ser despedido por la
empresa. Aunque no sea así, de no resolver la situación, se llega al despido
interior.
- La Retirada:
El trabajador se retira, se rebela contra la
organización y se siente víctima de la situación. Es un rebelde pasivo, que
culpa a jefes y compañeros de su situación. Decidimos castigar a la empresa
retirando “nuestro mejor rendimiento”.
- La Resignación:
Ya siente que no hay nada que hacer, que la
situación es permanente. Ya ni siquiera se rebela, se rinde al “más vale lo
malo conocido que lo bueno por conocer”. Acepta la situación incluso cuando no
se ajusta a sus principios y valores profesionales y personales. Deja de luchar
porque no vale la pena. Nuestro trabajo se ha convertido en nuestra cárcel.
¿Cuáles son los motivos y
circunstancias que llevan al despido interior?
En la famosa pirámide de Maslow, en los niveles superiores se encuentra
la necesidad de realización, reconocimiento y contribución:
1) Falta de
realización. La realización supone la capacidad de desarrollar nuestras habilidades, capacidades
y creatividad a través de nuestras responsabilidades. La falta de realización
te impide expresar opiniones y asumir riesgos.
2) Falta de
reconocimiento. El reconocimiento se genera cuando recibimos de los otros atención, apoyo
y valoración. La falta de reconocimiento nos desconecta de los demás.
3) Falta de
contribución. Sentimos que contribuimos cuando nuestro trabajo
se conecta con el entorno de forma que ayuda al desarrollo de los demás. Si nos
falta esta necesidad, lo que hacemos carece de sentido.
Los detonantes del despido interno pueden ser tanto internos como
externos, lo normal es que sea una combinación de ambos. Sin duda, el no
sentirse reconocido como trabajador útil y, sobre todo, la discrepancia entre
valores de la empresa y los personales, son determinantes.
Uno de los factores detonantes exteriores es la propia estructura de la
empresa. La mayoría de ellas siguen siendo piramidales, con lo que es muy
frecuente que los méritos recaigan
habitualmente en los cargos directivos que, además, se suelen llevar el premio
económico. La sensación de que cualquier iniciativa caerá en la indiferencia (o
peor aún, se apropiará de ella un mandamás) hace que muchos empleados se
sientan fantasmas, invisibles.
Otro factor importante es que no se sabe cuáles son los valores de la
empresa, bien porque éstos no están explicados correctamente a los trabajadores
o, directamente, los directivos ni se los han planteado. Nos encontramos así
con empresas en las que la productividad, las ventas y la competitividad son
objetivos primordiales, pero carecen de una base en valores y principios
claros. El trabajador (y puede que también el cliente) lo que perciben es un “todo
vale” con tal de que se haga la venta y los números cuadren a final de mes. Un
trabajador con unos principios morales diferentes puede sentir que lo que se le
pide y hace no es “ético” y en su interior se libra una importante batalla
entre “la obligación laboral” y el “deber moral”.
En otros casos, en muchos trabajos “vocacionales” como la educación, la
sanidad o la prestación de otros servicios sociales, el trabajador en la
primera fase de Entrega siente que de su trabajo va a derivar el bien de la
comunidad en la que vive. Y espera el reconocimiento de sus superiores, de sus
iguales y de los ciudadanos.
El problema surge cuando este “agradecimiento” no llega, todo lo
contrario. Descubre que el compañero que hace lo mínimo percibe el mismo sueldo
y las mismas gratificaciones que el que pone todo su empeño. Ve como los cargos
de responsabilidad no siempre corresponden a los más capacitados, sino que se
otorgan por determinados servicios o, directamente, por tener un carnet del
partido político adecuado. Así, un trabajador con grandes ideas e ilusiones se
va viendo privado de palabra, de responsabilidad y de ganas de cambiar el
mundo.
Como el propio Lofti El- Ghandouri dice: “Es cierto que
una persona en despido interior puede
dañar a la organización afectando su competitividad, su rentabilidad y su
capacidad de innovar. Pero, los daños son más graves para la propia persona que
dañará su autoestima y su autoconfianza. No dar lo mejor de sí mismo perjudica
nuestro valor en el mercado porque nuestra pasividad laboral consigue anular
nuestra capacidad de tomar decisiones, nuestra agilidad creativa y nuestras
habilidades profesionales.”
Salir del despido interior es posible. No existe una fórmula mágica y
puede que sea un proceso complicado, pero es posible.
Sé que la solución más adecuada sería buscar un nuevo trabajo donde te
sientas realizado y conectado. Sin embargo, en la época de crisis que vivimos y
con la tasa de paro que hay en España no siempre es posible. Es más, puede que realmente
tu trabajo es el que siempre soñaste hacer y no se te ocurre otro en el que te
sintieras más realizado. Tampoco te apetece ponerte a estudiar, buscar otra
carrera o una salida diferente.
Aún así, hay solución.
Aunque no sea
el momento de cambiar de trabajo, estás a tiempo de cambiar tu relación con el
trabajo.
El primer paso es reconocer en qué escalón de la escalera te encuentras.
Cuanto más arriba estés, más fácil es retornar al primero. Incluso si estás en
el escalón más bajo, aún es posible, todo depende de tus ganas de luchar.
Busca dentro de ti cuáles son los motivos por los que vas a trabajar. Piensa
en los que tenías cuando empezaste. ¿No te queda ninguno de ellos? ¿Seguro?
¿Hay alguno por el que merezca la pena empezar a luchar? Empieza por ahí,
conecta con tus motivos iniciales y piensa en lo que te aportaban, en todo lo
positivo que había en tu vida cuando honrabas esos principios.
Por otra parte, sacúdete el victimismo. Puede que tu jefe y/o tus
compañeros te parezcan unas personas insoportables, pero no son responsables de
todo lo que te ocurre. No dejes tu felicidad y tu satisfacción en manos de
otras personas. No eres responsable de cómo se comporta el entorno, pero sí de
cómo reaccionas ante él y cómo le dejas que te afecte.
Busca el compromiso contigo mismo. Al final del día, uno se va a la cama
con su propia conciencia. Aunque nadie en todo el día te de una palmada en la
espalda, busca la forma de premiarte a ti mismo por lo bien hecho, reconócete a
ti mismo, hazte consciente de tus logros y dítelo bien claro. Ese placer no
pertenece a nadie, es todo tuyo.
Sal de la zona de confort. Ya sé que parece mentira que estar en ese
infierno de trabajo se pueda llamar zona de confort, pero realmente lo es, es
lo que conoces, lo que te da seguridad. Empieza a dar unos pasos hacia fuera,
haz un trabajo de forma algo diferente, poniendo un toque personal que te haga
sentir feliz, vete moviendo hacia donde quieres ir. No se trata de salir
huyendo sino de buscar conscientemente lo que te motiva e ir a su encuentro. Aunque
notes resistencia, no te preocupes, a muchas personas les asusta que otros
cambien, porque sienten que pierden el control. Ese es su problema, no el tuyo.
Conecta con tus ilusiones, con tus capacidades, con tus valores. No puedes
cambiar tu empresa, de acuerdo, pero puedes ver tu trabajo con ojos diferentes.
El despido interior se activa cuando perdemos la
esperanza. Podemos proteger nuestra ilusión confiando en nuestro propio talento
y reforzándolo desde cada oportunidad que se nos ofrece pase lo que pase. (Lofti El- Ghandouri).
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