lunes, 13 de octubre de 2014

El día que la motivación se divorció de la vocación

Por María del Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega

Llega el domingo por la tarde y comienza la tristeza de saber que al día siguiente tienes que ir a trabajar. El lunes es un día gris, que parece no tener fin. Pasa el martes, el miércoles y el jueves y todo te produce indiferencia y desapego. El viernes te ilusiona algo más, el fin de semana está próximo, por fin estarás dos días sin volver al trabajo, sin tener que fingir que te interesa lo que haces, que te motiva, que aportas algo a la humanidad.

Tu vida se convierte en una larga espera del fin de semana, de puentes, de vacaciones. Pasa el tiempo y nada cambia. Ni siquiera eres capaz de disfrutar de esos días de descanso plenamente, porque sabes que tienes que volver.

Y, sin embargo, en muchos casos, era el trabajo que tú mismo elegiste. La profesión con la que pensabas que te ibas a sentir realizado, completo, aportando. Si alguna vez tu profesión fue tu vocación, ¿qué ha pasado para que ahora lo que te motive a ir a trabajar sea pagar la hipoteca, la universidad de tus hijos, el coche o las vacaciones que te permiten alejarte de lo que desprecias y temes a partes iguales?

Si además, ni siquiera estás en el trabajo que te habría gustado, el problema se multiplica.

El fenómeno que estás sufriendo es denominado DESPIDO INTERIOR, a partir de un libro publicado en el año 2007 por Lofti El- Ghandouri y  titulado: El despido interior: cuando nuestra infelicidad laboral nos lleva a convertir nuestro trabajo en una prisión, en el que cuenta con detalle los distintos pasos y fases por las que un trabajo que te motivaba va convirtiéndose en la pesadilla que te atrapa.

Este despido interior es el resultado final de un largo proceso de experiencias y vivencias negativas en el trabajo de forma que, en su última fase, hay un distanciamiento completo entre el trabajador y su tarea. No es necesario que la empresa te despida, tú ya te has despedido de tu función.

El autor nos presenta este proceso como una serie de escalones:

  1. La Entrega:
    Es la fase del inicio del trabajo, con la persona cargada de ilusiones y proyectos, con ganas de demostrar lo que vale.
  2. El Compromiso:
    Comienza la desmotivación, el trabajador sigue cumpliendo con sus funciones, pero ha disminuido significativamente su nivel de entrega. Cumple porque tiene que cumplir, pero no va más allá. Siente que su potencial no ha sido visto por la empresa y sus compañeros y no merece la pena dar más de lo estrictamente necesario. Ponemos barreras a nuestro esfuerzo y, en consecuencia, a nuestro desarrollo. Aparecen frases como “a mí no me pagan para esto”.
  3. La Participación:
    El trabajador ya ha entrado en la rutina, se acabaron los intentos de impulsar nuevos proyectos o ideas. Además, su productividad ha descendido significativamente, la empresa y los compañeros ya son conscientes de que las expectativas no se están cumpliendo, lo que agrava los conflictos. En este punto, el trabajador puede incluso ser despedido por la empresa. Aunque no sea así, de no resolver la situación, se llega al despido interior.
  4. La Retirada:
    El trabajador se retira, se rebela contra la organización y se siente víctima de la situación. Es un rebelde pasivo, que culpa a jefes y compañeros de su situación. Decidimos castigar a la empresa retirando “nuestro mejor rendimiento”.


  5. La Resignación:
    Ya siente que no hay nada que hacer, que la situación es permanente. Ya ni siquiera se rebela, se rinde al “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Acepta la situación incluso cuando no se ajusta a sus principios y valores profesionales y personales. Deja de luchar porque no vale la pena. Nuestro trabajo se ha convertido en nuestra cárcel.

¿Cuáles son los motivos y circunstancias que llevan al despido interior?

En la famosa pirámide de Maslow, en los niveles superiores se encuentra la necesidad de realización, reconocimiento y contribución:

1) Falta de realización. La realización supone la capacidad de desarrollar nuestras habilidades, capacidades y creatividad a través de nuestras responsabilidades. La falta de realización te impide expresar opiniones y asumir riesgos.

2) Falta de reconocimiento. El reconocimiento se genera cuando recibimos de los otros atención, apoyo y valoración. La falta de  reconocimiento nos desconecta de los demás.

3) Falta de contribución. Sentimos que contribuimos cuando nuestro trabajo se conecta con el entorno de forma que ayuda al desarrollo de los demás. Si nos falta esta necesidad, lo que hacemos carece de sentido.

Los detonantes del despido interno pueden ser tanto internos como externos, lo normal es que sea una combinación de ambos. Sin duda, el no sentirse reconocido como trabajador útil y, sobre todo, la discrepancia entre valores de la empresa y los personales, son determinantes.

Uno de los factores detonantes exteriores es la propia estructura de la empresa. La mayoría de ellas siguen siendo piramidales, con lo que es muy frecuente que los méritos  recaigan habitualmente en los cargos directivos que, además, se suelen llevar el premio económico. La sensación de que cualquier iniciativa caerá en la indiferencia (o peor aún, se apropiará de ella un mandamás) hace que muchos empleados se sientan fantasmas, invisibles.

Otro factor importante es que no se sabe cuáles son los valores de la empresa, bien porque éstos no están explicados correctamente a los trabajadores o, directamente, los directivos ni se los han planteado. Nos encontramos así con empresas en las que la productividad, las ventas y la competitividad son objetivos primordiales, pero carecen de una base en valores y principios claros. El trabajador (y puede que también el cliente) lo que perciben es un “todo vale” con tal de que se haga la venta y los números cuadren a final de mes. Un trabajador con unos principios morales diferentes puede sentir que lo que se le pide y hace no es “ético” y en su interior se libra una importante batalla entre “la obligación laboral” y el “deber moral”.

En otros casos, en muchos trabajos “vocacionales” como la educación, la sanidad o la prestación de otros servicios sociales, el trabajador en la primera fase de Entrega siente que de su trabajo va a derivar el bien de la comunidad en la que vive. Y espera el reconocimiento de sus superiores, de sus iguales y de los ciudadanos.

El problema surge cuando este “agradecimiento” no llega, todo lo contrario. Descubre que el compañero que hace lo mínimo percibe el mismo sueldo y las mismas gratificaciones que el que pone todo su empeño. Ve como los cargos de responsabilidad no siempre corresponden a los más capacitados, sino que se otorgan por determinados servicios o, directamente, por tener un carnet del partido político adecuado. Así, un trabajador con grandes ideas e ilusiones se va viendo privado de palabra, de responsabilidad y de ganas de cambiar el mundo.

Como el propio Lofti El- Ghandouri dice: “Es cierto que una persona en  despido interior puede dañar a la organización afectando su competitividad, su rentabilidad y su capacidad de innovar. Pero, los daños son más graves para la propia persona que dañará su autoestima y su autoconfianza. No dar lo mejor de sí mismo perjudica nuestro valor en el mercado porque nuestra pasividad laboral consigue anular nuestra capacidad de tomar decisiones, nuestra agilidad creativa y nuestras habilidades profesionales.”

Salir del despido interior es posible. No existe una fórmula mágica y puede que sea un proceso complicado, pero es posible.

Sé que la solución más adecuada sería buscar un nuevo trabajo donde te sientas realizado y conectado. Sin embargo, en la época de crisis que vivimos y con la tasa de paro que hay en España no siempre es posible. Es más, puede que realmente tu trabajo es el que siempre soñaste hacer y no se te ocurre otro en el que te sintieras más realizado. Tampoco te apetece ponerte a estudiar, buscar otra carrera o una salida diferente.

Aún así, hay solución. 

Aunque no sea el momento de cambiar de trabajo, estás a tiempo de cambiar tu relación con el trabajo.

El primer paso es reconocer en qué escalón de la escalera te encuentras. Cuanto más arriba estés, más fácil es retornar al primero. Incluso si estás en el escalón más bajo, aún es posible, todo depende de tus ganas de luchar.

Busca dentro de ti cuáles son los motivos por los que vas a trabajar. Piensa en los que tenías cuando empezaste. ¿No te queda ninguno de ellos? ¿Seguro? ¿Hay alguno por el que merezca la pena empezar a luchar? Empieza por ahí, conecta con tus motivos iniciales y piensa en lo que te aportaban, en todo lo positivo que había en tu vida cuando honrabas esos principios.

Por otra parte, sacúdete el victimismo. Puede que tu jefe y/o tus compañeros te parezcan unas personas insoportables, pero no son responsables de todo lo que te ocurre. No dejes tu felicidad y tu satisfacción en manos de otras personas. No eres responsable de cómo se comporta el entorno, pero sí de cómo reaccionas ante él y cómo le dejas que te afecte.

Busca el compromiso contigo mismo. Al final del día, uno se va a la cama con su propia conciencia. Aunque nadie en todo el día te de una palmada en la espalda, busca la forma de premiarte a ti mismo por lo bien hecho, reconócete a ti mismo, hazte consciente de tus logros y dítelo bien claro. Ese placer no pertenece a nadie, es todo tuyo.

Sal de la zona de confort. Ya sé que parece mentira que estar en ese infierno de trabajo se pueda llamar zona de confort, pero realmente lo es, es lo que conoces, lo que te da seguridad. Empieza a dar unos pasos hacia fuera, haz un trabajo de forma algo diferente, poniendo un toque personal que te haga sentir feliz, vete moviendo hacia donde quieres ir. No se trata de salir huyendo sino de buscar conscientemente lo que te motiva e ir a su encuentro. Aunque notes resistencia, no te preocupes, a muchas personas les asusta que otros cambien, porque sienten que pierden el control. Ese es su problema, no el tuyo.

Conecta con tus ilusiones, con tus capacidades, con tus valores. No puedes cambiar tu empresa, de acuerdo, pero puedes ver tu trabajo con ojos diferentes.

El  despido interior se activa cuando perdemos la esperanza. Podemos proteger nuestra ilusión confiando en nuestro propio talento y reforzándolo desde cada oportunidad que se nos ofrece pase lo que pase. (Lofti El- Ghandouri).

domingo, 7 de septiembre de 2014

La tristeza, una llamada a la reflexión

Por María Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega





La tristeza es la emoción de la pérdida, de la toma de conciencia de una carencia o de una esperanza frustrada.





Aunque a ninguno nos gusta sentirnos tristes, la tristeza, como el resto de las emociones, no es negativa en sí misma, pues cumple una función primordial: nos ayuda al DESARROLLO, porque detecta la pérdida y nos permite encontrar el qué hacer ante la nueva situación, volver a la normalidad con energías renovadas.


Se convierte en disfuncional cuando se prolonga en el tiempo y en lugar de ayudarnos a resolver una situación nos lleva a la apatía e incluso a la depresión. También es disfuncional cuando no está asociada a una pérdida real y es la manifestación de otras emociones. Así, el fatalismo se relaciona con la tristeza por pérdidas anteriores no bien superadas y se asocia al miedo a seguir perdiendo personas o cosas que queremos. Este miedo entorpece la búsqueda de soluciones y alarga la tristeza hasta llevar al bloqueo: ¿para qué voy a hacer algo si al final todo sale mal?


Básicamente, la tristeza se traduce anímicamente en una reducción del metabolismo y un enlentecimiento del pensamiento que, además, se vuelve hacia el interior, dejando de preocuparse por el exterior. De esta forma, la persona triste se centra en sí misma, en sus emociones, en sus recuerdos y en los acontecimientos que le han ocurrido. La tristeza es una emoción relacionada con el pasado y, por tanto, la persona se vuelca en su vida anterior, en lo que tenía, y sufre por lo que siente que ha perdido.


La capacidad de atención hacia el exterior se encuentra muy disminuida, por lo que se ha determinado que la disminución del metabolismo que acompaña a la tristeza puede considerarse un mecanismo de defensa adicional: esta falta de empuje iba destinada a que las personas debilitadas no se alejaran de sus viviendas, donde estaban más seguras.

Un dicho muy popular dice que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que no lo perdemos. Y, justo en este momento, lo que surge es tristeza, desolación, ganas de volver al pasado y recuperar aquello que queríamos, incluso aunque no lo supiéramos.


Precisamente debido a esta capacidad de reflexión, de valorar lo que era importante en nuestra vida, es un buen momento para descubrir cuáles son los pilares en los que nos apoyamos, lo que merece la pena y lo que es mejor descartar. El momento de la pérdida puede servirnos para hacernos conscientes de nuestras prioridades y, a partir de ahí, diseñar una vida en la que estos valores se hagan conscientes y presentes.

Resumiendo, en palabras de Goleman, el gran maestro de la Inteligencia Emocional, “este encierro introspectivo nos brinda así la oportunidad de llorar una pérdida o una esperanza frustrada, sopesar sus consecuencias y planificar, cuando la energía retorna, un nuevo comienzo”.

Esta capacidad de buscar y encontrar soluciones es una de las diferencias más significativas entre tristeza y depresión. En un estado depresivo, el motivo de tristeza se convierte en obsesión, en pensamiento recurrente que carece de propósito resolutivo, de búsqueda de alternativas y solución, de capacidad de acción.


Por tanto, ante una pérdida importante, como puede ser la de un ser querido (bien por muerte o bien porque no sea posible continuar con la relación que existía) son preguntas útiles:

¿Qué aportaba esta persona a mi vida? ¿Cómo me hacía sentir? 
¿Qué aportaba yo a nuestra relación? ¿Cómo me hacía sentir? 
¿Qué es lo mejor que había en nuestra relación? 
¿Qué valores, importantes para mí, se ponían en marcha con esta relación? 
¿Cómo puedo continuar honrando estos valores?
¿Qué es lo que no me gustaba? ¿por qué? ¿qué me estaba indicando esto? 
 ¿Qué es lo que quiero presente en mi vida? ¿Qué prefiero descartar?


Estas preguntas serán útiles cuando nuestra mente esté preparada para contestar, cuando seamos capaces de reconocer y aceptar la pérdida. Tradicionalmente, se han establecido varias fases en el proceso de duelo (entendiendo como duelo tanto el que se da por el fallecimiento de una persona como por el fin de una relación). Estas fases no son consecutivas, sino que pueden solaparse, pero sirven para explicar de manera general cuál es la emoción que predomina y cómo resolver el dolor.


  1.Fase de shock y negación. La persona que acaba de recibir la información se intenta defender del impacto de la noticia, se enfrenta a una realidad que no logra comprender y que capta toda su atención. Experimenta sentimientos de pena y dolor, incredulidad y confusión absoluta. La persona se siente paralizada, con deseos de escapar de una realidad que no entiende. Algunas personas actúan como si no hubiera pasado nada. Esta etapa es sólo una defensa temporal del individuo. 
2. Ira. El enfado se hace dueño de la situación, que se vive como injusta y malvada. La ira puede dirigirse hacia la persona que se ha marchado y/o hacia uno mismo, transformándose en sentimiento de culpa, a  veces también la persona se siente enfadado con terceros a los que considera responsables de la pérdida. Este enfado puede resultar útil si sirve para proporcionar energía, se vuelve muy negativo cuando se asocia a deseos de venganza o de culpabilidad extrema. Es el momento de analizar el enfado y preguntarse sinceramente sobre la emoción que sentimos, si este enfado es secundario o es la emoción real. Si estoy enfadado de verdad, ¿qué me ha hecho enfadar? ¿Qué puedo hacer para salir de este enfado, para que cumpla su función?


3. Negociación. Es una etapa transitoria en la que, de alguna manera, se intenta volver al estado previo o, al menos, pactar con Dios o el Universo para que el dolor se vaya rápido. Cuando se trata de un duelo por el fin de una relación sentimental, es la etapa en la que se ofrecen todo tipo de promesas a cambio de la vuelta a la relación.

    4. Desesperanza y desorganización. El fin ha dejado de negarse y la tristeza es la emoción que predomina. Es habitual sentir desinterés hacia el exterior. Algunas personas reaccionan con abandono de sus actividades e incluso de sus relaciones. En otros casos, todo lo contrario, se inicia una actividad frenética y puesta en marcha de cambios radicales en la vida. Es un buen momento para comenzar a buscar en el interior la respuesta a las preguntas que antes formulábamos. 


 5. Aceptación. La reestructuración puede durar incluso algunos años. La persona toma conciencia de la pérdida, acepta el vacío y lo incorpora como una ausencia presente. Reaparece la paz y el sentido de vivir y se atenúan las emociones y sentimientos. Comienza a tener una visión más realista del ser perdido, sin idealizar tanto ni tener tan presentes los recuerdos que implican culpa o reproches. Tiene como consecuencia el establecimiento de nuevas relaciones, con los demás y con uno mismo.


Un último recurso que nos parece muy interesante para superar estados de tristeza es el AGRADECIMIENTO. Decimos que la tristeza es una emoción que se orienta hacia hechos del pasado y una buena manera de dejar este pasado y orientarnos al futuro es agradecer lo vivido, lo experimentado, lo aprendido. De esta manera, reconocemos en nuestra vida lo que la otra persona nos aportó y nos ayudó a crecer y nos preparamos para seguir haciéndolo en el futuro. No es necesario decírselo a la persona directamente, simplemente el hecho de reconocerlo ante nosotros mismos, mejor si lo escribimos, nos ayuda a ser consciente y nos facilita la despedida. 







domingo, 22 de junio de 2014

Perseverancia: querer es poder....con el mazo dando.

Por María del Pilar García Arroyo y David Álvaro Ortega


Como coaches, hace un tiempo que nos estamos planteando hasta qué punto es razonable la proliferación de ideas basadas en que es posible conseguir todo lo que te propones, que sólo hay que centrarse (o enfocarse) en tu meta y el universo te ayuda a que tu sueño se haga realidad.

¿En serio?

¿Entonces todos los que para conseguir lo que deseamos estamos luchando y trabajando por ello es que no sabemos enfocarnos bien desde el principio o es que somos una especie de masoquistas a los que nos gusta sufrir?

Nuestra conclusión: Querer es poder siempre que lo que quieras sea actuar para conseguir lo que deseas.

El coaching como proceso tiene como objetivo ayudar al coachee (cliente) a clarificar su estado deseado para poner en marcha las acciones que éste considere necesarias (siempre desde sus gustos, recursos y potenciales) para conseguir alcanzar la meta.

Por tanto, no vale sólo con querer, hay que añadir convicción, compromiso y acción.

Y aquí es donde entra en la ecuación la perseverancia, es decir, la capacidad de mantener la mirada en el fin y preparar un plan de acción que te lleve a la meta a pesar de las dificultades, tanto internas como externas, que vayan surgiendo.

La persona perseverante decide continuar con su proyecto aunque surjan imprevistos que retrasen su plan o incluso lleguen a ponérselo realmente difícil. Cada obstáculo se convierte en una fuente de aprendizaje que habrá que tener en cuenta en el siguiente paso. 
Eso sí, para dar resultados satisfactorios la perseverancia debe ir unida a la flexibilidad, de nada sirve ser constante si nos empeñamos en hacer una y otra vez lo mismo sin analizar lo que nos está fallando y sin querer cambiar ni una coma del plan inicial.

La perseverancia sin flexibilidad se convierte en tozudez, que no es lo mismo.

Por otra parte, tan importante es ser perseverante como saber cuándo hay que dejar de insistir. Cuando alcanzar una meta va a suponer un desgaste excesivo y al final, vas a acabar perdiendo más de lo que ganarás. Cuando el estado final se acaba convirtiendo en un paso atrás en tu bienestar en lugar de un progreso.

Mientras la perseverancia produce progreso, fortaleza y templa el carácter, la tozudez causa frustración y resentimiento, contra uno mismo y contra los demás, a los que se ve como obstáculos o enemigos.

Por ello, antes de empezar cualquier camino pregúntate:

¿Qué beneficios obtendré?

¿A qué tengo que renunciar?

¿Quién seré cuando llegue allí?

¿A quién más implica esta decisión?
 ¿Qué consecuencias tendrá en mi entorno? ¿Beneficia o perjudica a las personas que son importantes para mí?

Uno de los principales obstáculos que encontramos en nuestro camino somos nosotros mismos, que acabamos auto-saboteándonos con tal de no sufrir un fracaso que nos hiciera sentir mal o, peor aún, un éxito tan rotundo que nos hiciera salir de nuestra zona de confort, de nuestro espacio conocido y alejarnos de las personas que hasta ese momento parecían acompañarnos y que pueden estar impidiéndonos avanzar hacia nuestro sueño.

¿Por qué lo hacen? Porque si tú cambias, ellas se verán obligadas a moverse, a seguirte si no quieren perderte o a alejarse porque su momento ya pasó. Y si tú tienes miedo a avanzar, imagina el que tienen los que no se lo habían planteado. Por eso te dirán que es imposible, que tú no vales para eso, que son tonterías… Acepta su pensamiento y sigue adelante, sin rencor, sin enfados, sin gastar la energía que necesitas en conseguir tu propósito.

¿Y si a pesar de todo el esfuerzo, de todo el tiempo y la energía que se ha puesto no se consigue lo que se quería?


En un mundo tan preocupado del resultado, muchas veces es difícil valorar el esfuerzo si no se ha logrado llegar a lo que está considerado como un éxito. Así, ¿cuántas veces se valora la nota del examen sin tener en cuenta el estudio que lleva detrás? Si no has sacado la nota que querías, ¿seguro que es un fracaso? 

Vale, no has llegado exactamente al punto deseado, ¿dónde te encuentras en este momento? ¿Sientes que has avanzado respecto al punto de partida? ¿Te gusta lo que ves de ti en este momento?

 ¿Qué te ha llevado hasta ahí? ¿Qué cosas de las que has hecho te han acercado a tu objetivo? ¿Qué has aprendido de todo ello?



Cuando nos propusimos escribir este artículo y nos sentamos a hacerlo, vimos como iban surgiendo poco a poco ideas. Algunas de ellas eran realmente estúpidas (¿y las risas que nos echamos?), otras eran "demasiado" provocadoras o estaban fuera del hilo argumental que queríamos seguir. Realmente, se han quedado fuera más ideas de las que aquí aparecen. Mas nadie, nadie, va a ser capaz de borrar esas ideas de nuestras mentes, no nos van a poder quitar las reflexiones que hemos hecho, lo mucho que hemos aprendido. Hoy, independientemente de que alguien lea este artículo o no, para nosotros es un éxito porque somos un poquito mejores que ayer, porque hemos disfrutado del camino y porque... tenemos material para otros futuros artículos.
Si, además a tí, lo que estás leyendo te sirve para avanzar, nos sentiremos doblemente satisfechos y orgullosos del trabajo realizado.

Muchas veces estamos tan cegados por conseguir una meta que no somos capaces de disfrutar del camino, de apreciar lo que hemos logrado y a nosotros mismos por haberlo conseguido. De disfrutar del esfuerzo, la valentía y la fuerza de voluntad que la perseverancia nos ha aportado.


¿Y si estamos precisamente en el sitio donde es bueno para nosotros estar?


No se trata de conformarse con un sucedáneo, sino de analizar la realidad y buscar lo que nos está aportando. Y si aún así estás seguro de que no es dónde quieres estar, pues, ADELANTE, busca otra meta y proponte un nuevo plan aprovechando todos los recursos que la primera etapa del camino te ha proporcionado.